miércoles, 7 de abril de 2010

16. La sala de la venida.

No podía dejar de mirar a Helena. La llevaba en sus brazos, avanzando estrepitosamente por el pasillo de salida del hospital. Parecían tener suerte, no se encontraron ninguna enfermera ni médico por los pasillos, ni nadie salió de las habitaciones a pesar de hacer bastante ruido al tropezar con varios muebles.

Se sentía furioso, cargado de ira, y el peso de Helena ni lo apreciaba. Parecía estar cargado de energía, sentía que le ardía el corazón.

Sey Ha le hablaba a gritos, pero el no oía ni quería oír nada. Avanzaba por puro instinto, sentía donde debía ir. Aún tenía grabada en su mente la imagen de los dos Mers Kiash tras aquella extraña ventana.

Al pasar la puerta de entrada, se dio cuenta de un detalle. De madrugada la puerta principal permanecía cerrada, y él de alguna forma la cruzo. No pensó más en eso y siguió su camino hacia donde le llevaba el instinto.

Llegó a las afueras del pueblo y se detuvo, pensando que no sabía si sería demasiado lejos. Decidió volverse e ir a la casa para coger el coche de su padre. Oía a Sey Ha decir que estaba loco, que parase, pero estaba incontrolable, no hallaba manera de pararle. Se sentía extrañamente angustiado, sentía la ira de Albert, y le aterrorizaba. Estaba totalmente rebosante de energía.

Conducía más rápido de lo deseado por Sey Ha, pero totalmente seguro de lo que hacía. No cometía ningún fallo, parecía guiado por raíles, no trazaba mal las curvas, frenaba en el momento justo. Sus sentidos estaban agudizados al máximo, sentía la más leve imperfección del volante, la respiración entrecortada de Helena, en el asiento de al lado, el olor de los cigarrillos Ducados de su padre.

Un camino de tierra y piedra se divisaba a varios cientos de metros, iluminado por los faros del coche. Avanzó unos metros dentro del camino, hasta que un derrumbamiento parcial impedía avanzar más. Se bajó del coche, sin decir una sola palabra. Cargó de nuevo a Helena en sus brazos, y avanzó por el camino.

Sorteó hábilmente el derrumbamiento, con pasos precisos y movimientos casi felinos. Anduvo sin hablar, sin mirar a ningún sitio salvo el pedregoso camino, durante largos minutos, de nuevo guiado por invisibles raíles.

Sey Ha preguntaba por Helena, pero Albert no decía nada. Caminaba y caminaba.

El camino parecía llegar a su fin, pero Albert no aminoraba su marcha. Siguió a través de la montaña, con un peligroso precipicio a sus pies, sin apoyarse en nada, solo sus pies tocaban el suelo, pero parecía tener una seguridad sobrenatural para aferrarse a las rocas.

Empezaba a salir el sol, hacía ya varias horas que caminaba, pero no mostraba signos de cansancio. Seguía caminando montaña adentro. No se divisaba carretera ninguna, estaban en medio de ninguna parte, sin saber a donde se dirigían.

Helena seguía inconsciente, con la piedra colgando de su fino cuello. Sey Ha, que había abandonado hacía tiempo su lucha para detener a Albert, solo podía pensar en lo que había sucedido, intentar sacar alguna conclusión.

De pronto, sorprendiendo a Sey Ha, Albert se detuvo ante una pared de piedra de varios metros de altura. No había nada sospechoso, ni Sey Ha sentía nada en aquel lugar. Albert dejó a Helena apoyada en la pared, y la inspeccionó, buscando algo que no sabía que debía ser.

Algo le guiaba, y simplemente se dejó llevar por la intuición de nuevo. Halló una muesca en la roca, introdujo los dedos, pero lo único que obtuvo fue un corte por una piedra afilada. Siguió buscando, manchando la pared de sangre, sin darse cuenta de un importante detalle. Estaba dibujando la forma de un ave en la roca con su sangre, que caía de su dedo, el cual pasaba por la roca buscando alguna forma que indicara algo.

Cuando completó el dibujo, este se iluminó , y una inscripción apareció alrededor, escrita en el idioma del Arish Naks, que decía:

"Solo aquel que conoce la palabra abrirá la puerta al conocimiento."

Sey Ha inmediatamente se puso a recordar todas las palabras que podrían ser especiales y por lo tanto la "llave" de la roca. Albert, simplemente abrió la boca, miró al cielo, y lo único que salió de sus labios, fue una especie de silbido.

Un chasquido fue el siguiente sonido que se escuchó, proveniente de la roca. Empezó a abrirse una abertura, lentamente. Albert no parecía nervioso, ni angustiado. La tranquilidad de su rostro era profunda, aunque se intuía la ira aún en su rostro.

Sey Ha vibraba fuertemente en el pecho de Albert, intentando llamar su atención, sin resultado. Estaba desesperado, no sabía que ocurría, no lograba saber nada.

De la roca, emergió una tenue luz blanquecina, y de pronto, la luz pasó a ser un rayo que avanzaba imparable hacia el cuerpo de Albert, quien alzó su brazo y solo dijo: "Detente". El rayo se detuvo al instante, frente a él. La luz era deslumbrante, pero él no parpadeaba, seguía con la mirada fija en el rayo, con semblante serio e impenetrable. La luz tintineó levemente, y comenzó a retirarse hacia a grieta. Albert la siguió, recogiendo a Helena del lugar donde la dejó, y avanzó al interior de la montaña, siguiendo la luz.

La temperatura descendía a cada metro que recorría, y de vez en cuando un viento gélido les salía al paso. Anduvieron casi 2 horas según calculó Sey Ha, hasta llegar a una gran cavidad en la montaña. Allí se hallaban doce rocas, parecidas a menhires, pero con unas formas en los bordes superiores, unos dibujos.

Uno de ellos le parecía tremendamente conocido a Albert, revisó cada centímetro de los dibujos, hasta que vio su marca, la golondrina.

Quiso preguntar, pero cuando se dio la vuelta, en una nueva piedra apareció de la nada, más grande y decorada que las demás. Tras un chasquido, todas las rocas se abrieron, y de sus bases, emergieron unas segundas piedras, más pequeña, al estilo de una silla. En pocos minutos, todas las rocas adquirieron la forma de reposabrazos y respaldos, y Albert, sin pensarlo un segundo, se sentó en su sitio, o el de Alres. Investigó la forma de los reposabrazos, y encontró una pequeña endidura junto a su mano derecha, con la forma exacta de la roca que llevaba al cuello.

Se la descolgó, y la colocó en posición. Inmediatamente, su asiento se iluminó tenuemente, creando un efecto aterrador entre las formas de las estalactitas y estalagmitas de la cueva.

-Largos años esperamos tu regreso. Es hora de que completemos nuestra misión -emergió una voz ronca desde lo más profundo de la cueva-. Pero antes, deberás descansar, y ella también.

Y todo se calmó, no sentía ira, ni cansancio, su cuerpo ahora era pesado, y sus párpados se cerraron.